En mi camino he tenido muchos maestros en campos diferentes de la vida y escogí con entrega de cada uno lo que me podía servir en el camino. Son muchos Despertares que sigo teniendo hasta hoy mismo, pero indudablemente aquel que me puso en el camino del servicio es Haidakhan Babaji, el famoso maestro inmortal del linaje de Yogananda, en su Autobiografía de un yogui.
No le había conocido físicamente, ni siquiera le había encontrado en el plano astral hasta aquel momento, pero el transformó completamente mi vida en una sola noche, que pasé meditando en su cueva en el Himalaya. En aquella noche Babaji me transmitió telepáticamente algo así: «si quieres iluminarte, sirve».
Llegué allí con mi mujer y dos hijos, en el mes de enero de 2009, en contra de toda probabilidad. Intuitivamente sentí que Babaji nos estaba poniendo muchas pruebas en el camino, viajando con un taxista local, en un Peugeot 205 viejo, por caminos donde apenas un todoterreno podría pasar. Una vez allí la vibración era tan rápida y ligera, que necesitamos dormir o comer muy poco.
Nos acostamos sobre el suelo con una fina esterilla de mimbre y no sentíamos frío o dolores de espalda. Me resultaba fácil levantarme a las 4 de la madrugada para tomar el baño en el Gotam Ganga y todos nos sentíamos felices y cómodos. Incluso el taxista no quería irse de allí y olvidó sus quejas e infinitas demandas para que le pagáramos más dinero a lo largo del camino.
El segundo día por la tarde entré en la cueva donde Babaji se reveló para meditar y perdí la noción ordinaria del tiempo y el espacio. Solo me acuerdo de que pasé por un miedo terrible de morir y nacer y que me entregué, no me importaba morir. Se me mostró que gran parte de mi miedo era lo que vivió mi madre durante el embarazo, porque antes de quedarse embarazada pasó por cirugías abdominales y los médicos le advirtieron de que iba a morir si tenía otro embarazo. Salí de la cueva la mañana del día siguiente y me enteré de que estaba prohibido quedarse allí durante la noche.
A partir de aquel momento «Respiraba» por la cabeza, sintiendo este «viento frío» que conocía de la meditación profunda, de forma voluntaria y casi permanente, o por lo menos asequible, a mi voluntad y sin esfuerzo. Eso fue el regalo de la entrega en la cueva de Babaji.
Todos los visitantes de aquel ashram tenían que raparse la cabeza a partir de un mes de estar allí, como signo de renuncia a la imagen corporal y la realidad virtual en la que vivimos. Yo estaba allí solo por dos días e íbamos a dejar el lugar el día siguiente, pero decidí quitarme la melena de pelo muy largo y oscuro que llevaba desde mi servicio militar, como signo de rebeldía.
Ya no tenía apego a mi imagen exterior y lo único que me nutría era ese amor luminoso que llenaba mi corazón. Aquel día por la tarde, después de esperar meditando muchas horas (otra prueba de Babaji), el «pujari» —un hombre que maneja las ceremonias— me rapó el pelo con una cuchilla vieja de afeitar, cantando «Om Namah Shivaya», frente a mi pareja e hijos.
¡Ya no había vuelta atrás! Un maestro invisible a mis ojos me
ordenó servir, en un camino que combina meditación y curación,
sin que yo tuviera una formación «oficial» en las terapias, utilizando solo tres cosas: intención (corazón), atención (mente) y respiración (cuerpo).
Y desde entonces me acompaña en su presencia en donde camine y hasta en Brasil: la primera vez que llegué aquí en 2012 me encontré haciendo un retiro organizado por un amigo y maestro Tom Cau, discípulo de Leonard Orr (quien inició la terapia respiratoria “Renacimiento”) y para mi gran sorpresa me encuentro la foto de Babaji, porque Leonard también fue iniciado directamente por Babaji.
Ahora, que escribo estas palabras, más de siete años después y en España, de repente el reproductor de música, que lleva unas horas eligiendo aleatoriamente pistas de canciones (entre 70 GB de música clásica, jazz, flamenco, sufí, hebrea, griega, hindú, etcétera), ¡¡pone precisamente un mantra de aquel ashram!! Me señala que Babaji sigue estando allí, mi guía invisible, actuando desde el Ser a través de mí.
Muchos milagros pasaron en aquel viaje a la India, que duró
un mes y me liberó de la memoria del alma para ponerme en el camino actual. Vivíamos muchos momentos de sincronía, felicidad y revelación, entre la cueva en el norte de la India, en el monte Kailash, donde se encontraba el ashram de Babaji y la cueva en el sur de la India, en el monte Arunachala, donde vivió Ramana Maharshi, el gran sabio del Advaita.
Tomado de “Las caras del Ser: tu camino a la trascendencia”, del capítulo “Encontrar al Maestro/a”